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¿Nos cargamos las políticas activas de empleo y hacemos unas nuevas?

Está claro que cualquier reducción de los presupuestos dirigidos a mejorar las posibilidad de obtener trabajo para las personas que lo buscan, es negativo o muy negativo. Uno de los problemas fundamentales es que nos podemos encontrar con un colectivo de desempleados formado para trabajar en sectores económicos en declive y falta de mano de obra en otros ámbitos emergentes.

 

La única forma de evitar este gravísimo problema pasa por dos medida fundamentales. Primero, deberíamos planificar los sectores económicos que queremos potenciar en un futuro en nuestro país. Si apostamos por las energías renovables, hagámoslo y preparémonos para ello. Lo cito como ejemplo, en ningún caso como sugerencia porque no me considero capacitado para atisbar cuál debe ser el motor de nuestra futura riqueza.

 

Pero además los servicios de empleo deberían realizar estudios rigurosos y serios sobre los sectores que en cada región, en cada provincia y casi en cada municipio, reclaman mayor volumen de mano de obra. Eso permitiría realizar una planificación correcta de los cursos que se ofertan en cada uno de estos lugares y dejar de elaborar la formación con pocas bases reales.

 

En realidad, lo necesario en este país sería transformar por completo las políticas activas de empleo. Casi soy partidario de dinamitar el actual sistema y empezar casi de cero porque está claro que son absolutamente ineficaces, obsoletas. Desde ese punto de vista, reducir sus presupuestos no es necesariamente una mala noticia porque para qué gastar dinero en algo que no funciona.

 

Es verdad que hay algunos elementos positivos que incluso habría que incentivar. Los servicios de orientación laboral deberían ser el eje de esas políticas de tal manera que se pudiera hacer un estudio individualizado de cada demandante de empleo. Ese estudio nos permitiría conocer las carencias de cada uno y en función de ello, establecer la formación necesaria para mejorar su empleabilidad.

 

Si encima uniéramos esos estudios individualizados a cursos con buenas perspectivas de futuro, ya daríamos con la clave de un sistema que realmente estuviera al servicio de los desempleados en lugar de estar al servicio de otros intereses, como ocurre ahora mismo.

 

No podemos olvidar que ahora mismo la larga lista de cursos públicos y gratuítos que se ofertan, parecen más diseñados para obtener beneficios económicos por parte de quienes los organizan que para mejorar la formación de quien lo necesita. No me refiero sólo al tópico de los sindicatos porque nos ensañamos mucho con ellos pero olvidamos que las confederaciones de empresarios también logran beneficios por ese vía y luego están las empresas afínes a los gobiernos de cada comunidad autónoma o ayuntamiento. Esos servilismos políticos son los que mandan ahora mismo en materia de formación para el empleo y no el objetivo real.

 

Por citar algunos pequeños ejemplos, hay ayuntamientos que siguen organizando cursos para formar personal en el mundo de la construcción o incluso, escuelas taller destinadas a ese fin. ¿No hay ya suficiente paro en este sector? ¿Y qué me contáis de esos cursos de inglés de tres meses tan habituales? Una pérdida de tiempo y dinero porque si necesitas saber una lengua extranjera para optar a un puesto, te realizarán una entrevista de trabajo en esa lengua y un curso de tres meses no te sirva absolutamente para nada. Y lo peor es que costarán un pastón que estamos tirando prácticamente al retrete.

 

Por todo ello, siempre he defendido que, más que una reforma laboral, era necesaria una completa transformación de las políticas activas de empleo. E incluso, podría darse el caso de lograr más actividad con el mismo dinero o incluso, ahorrar algo a las deficitarias arcas públicas.


Javier Peña
Director Portalparados.es

 

 

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