Tenemos una cita este domingo con las urnas para elegir a nuestros representantes en el Parlamento Europeo, del que dependen un alto porcentaje de las leyes que se aplican en España. Es una cita importante, más de lo que pudiera parecer por esta campaña un tanto insulsa que hemos vivido en estos quince días.
Sin embargo, ya se han quitado las caretas y han reconocido que el objetivo de la Unión Europea es crear un marco en el que las grandes empresas y los capitales puedan circular libremente en todos los países. Otra cosa será la libre circulación de trabajadores porque muchos países, como Alemania, están dispuestos a establecer limitaciones muy serias e incluso, expulsiones.
No es sólo la señora Merkel porque otros políticos, como Nicolas Sarkozy han propuesto la suspensión del Tratado de Schengen en lo que se refiere precisamente a la libertad de los trabajadores para moverse de un país a otro.
Y esto viene a cuento por la intención del gobierno alemán que se ha confirmado esta semana de expulsar a aquellos trabajadores que no dispongan de un trabajo en el país para evitar que se beneficien de determinadas ayudas sociales.
Los germanos se escudan en que esos inmigrantes se benefician de una ayuda, denominada Hartz IV que ofrece un salario social a aquellos trabajadores en paro o con trabajo que no tengan ingresos suficientes para subsistir. Y hemos sabido que existe otra aportación del gobierno que se llama Kindergeld, una subvención que recibe una persona por cada hijo aunque haya trabajado sólo unos meses en esas tierras y vuelva a su país de origen.
Seguramente, Merkel y cía hayan comprobado los numerosos abusos que se realizaban de todo este entramado pero ¿no se podría legislar para evitar las posibles tropelías en lugar de ser tan contundentes de echar a patadas a los extranjeros? Seguramente esa sería la clave si realmente la sensibilidad de los dirigentes europeos fuese diferente.
La idea de Europa nos encandiló mientras representaba ayudas millonarias para nuestros agricultores, para la gestión de infraestructuras, etc. Ahora ya no llegan en la misma cuantía y cabe preguntarse por los beneficios que obtenemos de ella los ciudadanos más sencillos. No se trata de propugnar nuestra salida de ese selecto club sino de arbitrar medidas que lo reconduzcan hacia los intereses de las personas y no sólo de los lobbys.
Las autoridades comunitarias deben velar por nuestros intereses, por potenciar el Estado del Bienestar que es una de las señas de identidad de este continente frente a otros donde impera la ley de la Selva económica. Si abandonamos el carácter social de la unión, seremos una mera réplica de Estados Unidos o avanzaremos hacia sociedades duales, como las de Latinoamerica o Asia.
Por eso, son más chocantes las declaraciones de Merkel porque demuestran que su único interés es tener un mercado de cientos de millones de consumidores para sus empresas sin preocuparse por otros detalles.
Ahora mismo, las diferencias entre los distintos países son notables. No sólo en el ámbito económico sino también en el social. Un europeísta convencido debería luchar por solucionar poco a poco esas desigualdades en lugar de mantenerlas o incrementarlas, como pretende la dirigente alemana.
La idea de Europa se puede quedar en nada si siguen por ese camino. Los llamados euroescépticos aumentarán porque tendrán el terreno abonado por la escasa utilidad de sus instituciones para todos nosotros.
Javier Peña Portalparados.es